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NEGACIÓN

Abrí mis brazos
para cobijarte en ellos,
para cobijarme en ti,
y me golpeaste el pecho
hasta paralizarme el corazón.
Me ha costado encontrar
de nuevo su latido,
y aun así, a mi pesar,
volvería a hacer lo mismo.
Pero no ahora, estoy cansada,
mi tiempo se termina,
mi sendero se acaba.
Quizás en otra vida.
Quisiera oír tu voz,
solo encuentro silencio.
Sé que en ti hay amor,
eres tú quien lo ignora,
tan empeñada estás
en rechazar lo que te entrego...

Para Adriana
17 mayo 2020

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EL DULCE CANTO DE AMESHA



Bastida, 21 de marzo de 2020

Soy una mujer mayor. De avanzada edad, quiero decir. Una de tantas de los miles de personas que estamos recluidas en nuestros hogares a causa de un terrible virus, el covid19.
No importa mi nombre. En estos tiempos de incertidumbre lo único que importa es si tienes síntomas o no de la enfermedad. Yo no los tengo. Y puedo afirmar con total seguridad que no voy a tenerlos.
            Hoy es el sexto día desde que se declaró el estado de emergencia. No podemos salir de nuestras casas si no es por necesidad extrema: comprar comida, pasear al perro, ir a la farmacia o al médico; y, en algunos casos, algo incomprensible, para acudir a trabajar a las fábricas. La población comprende que quien trabaje en servicios de primera necesidad, haya de cumplir, lo que no entiende es que a las cadenas de producción industrial, como la de automóviles, el gobierno les permita que continúen abiertas. Prima el capital sobre la vida. Como siempre.     
 Las horas, a ratos, se me hacen largas. No por la soledad, a la cual estoy acostumbrada, si no por el miedo que me asalta de tanto en tanto. Hay veces que me siento totalmente desamparada. Se leen y se oyen tantas cosas...
            Ahora mismo estoy teniendo uno de esos momentos angustiosos en los que las preguntas me asedian, en los que el temor me araña el corazón, en los que mi fortaleza deja de ser inexpugnable. No lloro. No soy de lágrima fácil, pero las dudas me causan temblores.
            ¿Y si me pongo enferma y nadie viene a hacerme las pruebas pertinentes? ¿Me moriré rodeada de abandono, vacío y silencio?
No es la forma que yo tenía planeada para acabar mis días.
La noche se extiende hasta mi alma...
Pero no. Me niego a caer en el pánico. Así que enciendo el ordenador y me pongo los auriculares. La música escogida, un mantra, fluye adentrándose hasta lo más profundo de mi ser, ocupando cada rincón, desterrando el desasosiego que me ha poseído hasta este instante.
“Gobindah, gobindah hari” canta una celestial voz. Ignoro su significado exacto, únicamente siento la certeza de que esas palabras son de reconocimiento entre la Divinidad y yo. Un reconocimiento recíproco.
Me siento acunada por la magia de la melodía y, poco a poco, voy cayendo en una somnolencia serena y reparadora. En mi sueño una tenue, pero brillante luz, alumbra la estancia en la que descanso, mi dormitorio. Sé que puede parecer contradictorio, en cambio para mí resulta natural que la luz que me rodea sea tenue y brillante a la vez.
La dulce voz sigue resonando dentro y fuera de mí, es como si su cadencia me perteneciera en exclusiva. Más aún, como si la armonía fluyera desde mi pecho.
¿Quién eres? le pregunto a la luz, en la certeza de que es un Ser no terrenal.
En tu lengua soy Amesha.
Su respuesta resulta una armonía sublime en la que viajan multitud de voces.
¿Eres un ángel?
Si quieres creerlo así...
Nunca he creído en los ángeles digo con absoluta naturalidad.
Lo sé.
Entonces, ¿qué eres? ¿Y cómo es posible que puedas cantar y hablarme al mismo tiempo?
La luz se expande. Me mira con infinito amor y ternura.
La canción y las respuestas son lo mismo —me manifiestan sus cadencias paralelas y perfectas.
Juraría que está sonriendo, si no fuera porque no tiene rostro.
De fondo, bajo las armonías que emite el luminiscente ser, puedo oír un saxo; al poco se suma una flauta y luego una guitarra. Protestas artísticas contra los nefastos políticos. Alguien entona una canción con voz potente. De pronto, me doy cuenta de que soy yo la que canta. Pero, ¿cómo es posible? Jamás he cantado bien. En realidad, no atino ni una nota. Y, sin embargo, aquí estoy, cantando.
Abro la ventana y me uno a los artistas. Me resulta curioso con qué facilidad soy capaz de seguir el ritmo, de entonar sin dificultad, de improvisar siguiendo a los instrumentos.
Al fin, lo entiendo.
Amesha canta por mí, a través de mí, desde mi interior. Utiliza mis cuerdas vocales, el aire con el que respiro cada día, la caja de resonancia que es mi boca. Su dulce voz se expande por mis moléculas como ondas concéntricas y mi garganta la libera, la lanza fuera de mi cuerpo.
Has entrado en mí y has obrado un milagro le digo.
No he entrado en ti. Ya estaba dentro...
¡Oh!
Al fin.
De verdad.
Lo entiendo.
La noche llega a su fin. El cielo comienza a despertar y yo con él. Los primeros rayos de sol se filtran entre las rendijas de la persiana. Me estiro con pereza antes de levantarme.
Me siento especialmente alegre con el despunte del nuevo día. Presiento que en el interior de cada persona habita un ser de luz, se llame Amesha o tenga otro nombre. Supongo que cada quien lo descubre en su momento. Yo lo he hecho hoy, en mitad de una crisis, de una pandemia viral.
Para mí nada volverá a ser igual. Al comienzo de la noche yo era una mujer mayor, estaba sola y asustada. Han pasado algo más de siete horas y todo ha cambiado sin haber cambiado nada. Porque en apariencia, las cosas siguen igual. La enfermedad continúa haciendo estragos, el virus no para de extenderse, los miserables de siempre y alguno más hacen lo posible por sacar tajada de la indefensión del pueblo llano, de sus temores. Y yo, sigo siendo una mujer mayor.  
Sin embargo, bajo esa apariencia de calcomanía, mis moldes se han roto. Ya no estoy sola, el miedo no me maneja, no me anula. He descubierto que la luz que emana de mi interior alumbra la más grande de las esperanzas.
Y la miro, observo esa esperanza con atención, veo cómo evoluciona, disfruto de su alegre fiesta de la solidaridad, que emerge desde los balcones, las ventanas, los corazones.
Canto. «Gobindah, gobindah hari».
Un agradable calor me invade entera. Sonrío feliz.
Soy una mujer mayor. No importa mi nombre. Aunque quien me vea como realmente soy, me llamará Amesha.

Edurne Maiona
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                                                                ❂❂❂




Defensa propia
SE SENTÍA PODEROSO, UN DIOS. La tenía donde quería tenerla, inmersa en el terror.
Pensaba paladear ese momento, alargarlo lo más posible, disfrutarlo como se merecía. Porque se lo había merecido. Su trabajo le había costado hacerle ver a esa puta quién mandaba, y ahora que la tenía encadenada al miedo constante, sin concesiones, asestaría el golpe maestro.
Conocía al dedillo cada uno de sus movimientos, así que sabía que en poco menos de diez minutos saldría por la puerta. Entonces rodearía su cuello con el sisal que llevaba preparado y la metería por la fuerza en casa. Allí podría trabajársela cómodamente, sin prisas.
Notó la tirantez del pantalón en la entrepierna. ¡Maldita sea, ahora no! Trató de pensar en otra cosa, no le convenía empalmarse antes de tiempo. Se recostó contra la pared en la oscuridad del descansillo, su brazo desnudo rozando la jamba. Sintió un escalofrío de placer. Ya faltaba poco.
Oyó el tintinear de unas llaves y luego la puerta se entre abrió dejando salir un haz de luz del interior del piso. Dio dos tirones a la soga para asegurarse de que no se le desenrollaría de las manos y se dispuso a actuar.
La luz del descansillo se encendió.
«Pero ¿qué…?»
No pudo seguir pensando. El brillo acerado de los ojos que miraban los suyos le confundió. Tampoco tuvo tiempo de reaccionar a la descarga. Le dolió, pero no le hizo perder del todo el conocimiento, por lo que podía notarlo todo a su alrededor.
 Se sintió arrastrado de los pies. Su cabeza rebotó contra el suelo antes de acabar sobre una mullida alfombra. Alguien le dio la vuelta de modo que su cara quedó contra la tarima. Una presa imposible lo inmovilizó cuando estaba a punto de recobrar el movimiento de su cuerpo. Intentó zafarse sin resultado. Cuanto más se movía, más le dolía el brazo, que tenía retorcido hacia atrás, y el cuello, que aguantaba la presión de algo firme y duro, una rodilla seguramente.
No. No era posible. Ella era incapaz de hacer aquello. Entonces se dio cuenta de que eran dos personas las que lo sujetaban.
Todo estaba sucediendo al revés.
No hubo golpes, ni insultos, ni tan siquiera un pequeño reproche.
—Si se mueve, lo fríes —dijo una voz, de sobra conocida.
Era ella, la maldita puta que le había hechizado y luego abandonado. Como si a él se le pudiera abandonar sin más, sin consecuencias.
—Con gusto —respondió otra voz femenina con acento argentino.
El odio subió como bilis por su garganta.
Enseguida, sin embargo, se olvidó de sus deseos de venganza. Notó que le metían un trapo en la boca. Apenas podía respirar. Tuvo náuseas.
—Esta es la última vez que haces daño a una mujer —le dijo al oído la voz argentina en un tono duro como la piedra.
Entonces experimentó un fuerte tirón en los brazos y de pronto se encontró de pie. Inmediatamente le dieron la vuelta. Estaba frente a sus agresoras, la cara de su ex muy cerca de la suya. Cerró el puño con la intención de darle un buen puñetazo, pero no pudo. Un golpe seco en la sien le produjo un dolor que le traspasó el cerebro. Y ya no sintió más. Se desplomó como un saco.
Al recuperar el conocimiento, sintió un vahído y una insoportable presión en la nuca. Estaba dentro de una ambulancia con un agente a cada lado de la camilla. «¿Qué hostias pasa?» intentó decir. Pero de su boca no salió palabra alguna.
—Traumatismo cerebral con parálisis —dijo alguien.
«Esta es la última vez que haces daño a una mujer.» Oía una y otra vez, sin parar, en una repetición de gramola desvencijada.
Se estaba volviendo loco. La voz se negaba a salir de su cabeza.
—¡Déjame en paz! —Gritó.
Nadie le oyó.

El grito solo se había producido en su mente.

Edurne Maiona

2019

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                                                               ❂❂❂




                                                                LAS TRES DAMAS



Erase una vez un cruce de caminos en un país muy, muy lejano. Cada día esperaba, paciente, a que pasara el viajero que habría de darle razón de ser. Sin embargo, cada día llegaba la noche, pasaba y empezaba una nueva jornada sin que ningún mortal se parase en la encrucijada ni pisase la tierra prensada de sus calzadas, sin que absolutamente nadie se interesase lo más mínimo por los lugares a los que llevaban.
El cruce de caminos tenía tres carteles que indicaban hacia dónde iba cada uno de ellos. En el primero, el de la izquierda, podía leerse: “Mar de aire.” El segundo, el de en medio, decía: “Luz de nieve.” El tercero, que discurría más a la derecha, sólo tenía un signo grabado en la tabla: “¿”. Nada más. Ni una palabra, ninguna instrucción.
Un día, sin embargo, tres figuras llegaron a la vez al cruce y se pararon indecisas, observándose sorprendidas. Eran tres damas vestidas con largas capas, cuyas capuchas cubrían sus cabezas.
Cada una portaba un libro.
La que había llegado por el camino de la derecha se quitó la capucha y preguntó con determinación:
            —¿Quiénes sois?
            —¿Y quién eres tú? —dijeron al unísono las otras dos damas.
            La primera dama sonrió. Su rostro era armonioso y en sus vivaces ojos color avellana bailaba una chispa traviesa, como si ocultasen algo permanentemente.
            —Soy aquélla que siembra la duda en el corazón humano, la que le empuja a hacerse las preguntas adecuadas para que obtenga las verdaderas respuestas.  Me llaman de muchas maneras, pero mi nombre es Dama Intriga y he hecho un largo recorrido para llegar hasta aquí con el propósito de recorrer otros caminos, tal vez de encontrar a otros viajeros…  
            La más joven se quitó la capucha también. Sonreía, al igual que la Dama Intriga. Pero sin embargo, en sus oscuras y bellas pupilas brillaba una intensa luz, que confería a su mirada el aspecto de dos brasas encendidas.
            —Yo me llamo Pasión y vengo de Mar de Aire, donde ejerzo de Dama de las emociones humanas más profundas, aquéllas que están arraigadas con fuerza en el inconsciente del Ser. He decidido salir a buscar el equilibrio para los habitantes de mi tierra, ya que a veces los huracanes pasionales les causan desconcierto, impidiéndoles ver la verdad.
            Entonces, la Dama Intriga y la Dama Pasión se volvieron hacia la tercera, la que había llegado por el camino de en medio y la conminaron a explicarse con un leve ladeo de cabeza.
            —Bien, veo que no tengo escapatoria —dijo la aludida retirando su capucha y dejando a la vista su rostro, en el cual estaban marcadas las vicisitudes en forma de tenues arrugas. En cambio, sus ojos, de un intenso azul celeste, parecían los de una adolescente, siempre mostrando sorpresa por todo lo que la vida le ofrecía. No sonreía, aunque su mirada sí lo hacía —. Quien me conoce me llama Dama Claror, y vengo de Luz de Nieve, donde no hay jamás una duda y refulge siempre una claridad cegadora. Sus habitantes casi no ven, es por ello que partí hace mucho tiempo en busca de un poco de sombra que pudiera dar un descanso a los ojos de mis conciudadanos.
            —Al parecer estabais destinadas a encontraros.
            Las tres Damas miraron hacia el lugar del que provenía la voz. Una cuarta figura encapuchada había aparecido como de la nada.
            —Perdonad mi intromisión, pues no soy más que una lectora de senderos, pero a mi entender debéis viajar juntas.
            —¡Tiene razón! —exclamó Dama Claror.
            —¿Qué es una lectora de senderos? —preguntó Dama Pasión.
            —Son personas que tienen el don de interpretar los caminos que transitan por el alma —respondió Dama Intriga. Luego se dirigió a la lectora —. Creo que lo mejor es que tú nos acompañes, así leerás nuestros senderos. Aunque… Nos gustaría saber tu nombre.
            —Mi nombre de lectora es Arabela.
            —Bienvenida Arabela —dijo Pasión.
Y luego las tres la abrazaron.
—¿A dónde vamos primero? —quiso saber Intriga —. Igual habría que empezar por averiguar de dónde vengo yo, pues lo ignoro.
Arabela se quedó pensativa un momento.
—No habéis de regresar, pues todo lo que hagáis repercutirá en las gentes de vuestras respectivas tierras estéis donde estéis. Las respuestas están en cada una de vosotras y algunas de ellas las habéis escrito en vuestros libros. Yo también tengo el mío —. Les mostró un tomo de tapas azules —. Tenéis que poner la mano sobre ellos. Así —añadió posando su palma sobre la portada mientras lo sujetaba con la otra mano.
Todas la imitaron.
—Y ahora hagamos un círculo con nuestros libros. Que las esquinas se toquen.
Intriga, Pasión y Claror, siguiendo las indicaciones de Arabela formaron un círculo con los libros, haciendo que las esquinas de todos estuvieran rozándose.
En ese momento, un hilo de bruma negra comenzó a entretejerse con los libros. A medida que avanzaba, se transformaba en un haz luminoso y luego, de nuevo se volvía oscuro, para de repente, hacerse hebra dorada que bordaba los títulos impresos en las cubiertas.
A la par, las tres damas y la lectora de senderos notaron cómo el hilo entraba por sus venas creando entre ellas un vínculo extraordinario y único, para luego desaparecer por un cuarto camino que se había abierto, y en el que una señal indicadora rezaba: Consciencia.
Y las cuatro se dirigieron juntas hacia allí con paso firme y sereno.
El cruce de caminos, cumplida su misión, se difuminó hasta desaparecer entre una bruma oscura y serpenteante, cuyas volutas lanzaban brillos dorados…

Edurne Maiona
                                                                                   28/11/16
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